PLATÓN: TEORÍA DEL
CONOCIMIENTO, ANTROPOLOGÍA, ÉTICA Y POLÍTICA
La teoría del conocimiento en Platón.
En “República” nos ofrecerá una
explicación, la dialéctica, al final del libro VI, basada en la teoría de las
Ideas. En ella se establecerá una correspondencia estricta entre los distintos
niveles y grados de realidad y los distintos niveles de conocimiento.
Fundamentalmente distinguirá Platón dos modos de conocimiento: la “doxa” (“opinión” o conocimiento sensible) y
la “episteme” (“ciencia” o conocimiento inteligible). A cada uno de ellos le
corresponderá un tipo de realidad, la sensible y la inteligible,
respectivamente. La “doxa” presenta dos niveles: “pistis” (conjetura), cuando
percibimos sólo el reflejo o las sombras de las cosas; y “eikasia” (creencia),
la percepción directa de los objetos sensibles. La “episteme” (ciencia) se
subdivide en: “dianoia” (razón discursiva), conocimiento de los objetos
matemáticos (no sensibles); y “noesis” (intuición), la captación directa que el
alma racional hace de las ideas, es decir, de la verdad. El verdadero
conocimiento viene representado por la “episteme” (ciencia), dado que es el
único conocimiento que versa sobre lo universal. Este es el saber propio del
sabio, que habrá de entrenar su alma racional para alcanzarlo: la dialéctica es
para Platón ese entrenamiento, el paso desde los conocimientos más imperfectos
hasta el más perfecto, el de las ideas, dialéctica ascendente. Veamos el
ejemplo del amor del Banquete:
En
"El Banquete" pone Platón en boca de Sócrates las distintas
fases de esta “dialéctica del amor": debemos iniciarnos en la
aspiración absoluta de la
Belleza empezando por el anhelo por la belleza sensible, la
belleza que se encuentra en los cuerpos, para pasar a la comprensión de la
belleza de las almas, la belleza de las buenas acciones y de las leyes justas,
la belleza de las ciencias, la belleza de la filosofía y, finalmente la
comprensión de la existencia de una belleza absoluta o Idea de Belleza.
Pues la dialéctica
tiene dos direcciones. La dialéctica ascendente es la que va del mundo sensible
al inteligible, conociendo todas las ideas hasta llegar a la idea suprema
de bien. La dialéctica descendente es aquella que, desde el mundo inteligible,
desciende al mundo sensible para aplicar en él el conocimiento de las ideas
adquirido anteriormente.
ESQUEMA DE LO ANTERIOR:
● Definición: Conocer es
conocer lo UNIVERSAL = las IDEAS
● Grados de conocimiento:
INTELECTUAL (“episteme” o ciencia)
INTUICIÓN (“NOESIS”) CTO. DE
LAS IDEAS DIALÉCTICA: ASCENDENTE Y
DESCENDENTE
RAZÓN
DISCURSIVA (“DIANOIA”): CTO. DE ENTIDADES MATEMÁTICAS
SENSIBLE (OPINIÓN O “DOXA”)
CREENCIA (“EIKASIA”): CTO.
DIRECTO DEL MUNDO SENSIBLE.
CONJETURA
(“PISTIS”): CTO. INDIRECTO DEL MUNDO SENSIBLE.
Pero ese conocimiento no parece fácil de
lograr, es necesaria una vida dedicada al saber. Aún así, siendo las ideas tan
especiales y al parecer tan alejadas del mundo que habita el hombre ¿puede el
alma racional llegar realmente a conocerlas? Esta dificultad es parcialmente
salvada por Platón gracias a la teoría de la reminiscencia (anámnesis)
que nos ofrece en sus diálogos Menón o Fedón. Según ella el alma, siendo
inmortal, al abandonar el cuerpo es posible pensar que entre en contacto con
aquellos objetos de su misma naturaleza (esenciales, inmateriales, eternos…),
es decir, con las ideas. Ese alma, al reencarnarse en otro cuerpo olvida lo
aprendido, pero al entrar en contacto con los objetos sensibles que son copia
de las ideas, puede “recordarlas” (incluso el hombre más indocto comprende que
llamamos bellas a cosas diferentes –una acción, una estatua, un amanecer…-porque
todas ellas coinciden en algo así como “la belleza”, aunque en principio no
sepa definirla). Aprender es, por lo tanto, recordar, de algún modo el alma
racional está “preparada” para la verdad (se halla en “nuestro interior” como
diría Sócrates, sólo hay que preparar nuestra razón para sacarla a la luz).
Antropología: La concepción
dual del hombre.
En cuanto a la concepción de la naturaleza
del hombre, Platón está fuertemente influido por los pitagóricos y el orfismo.
Al igual que ellos lo considera un compuesto de:
Cuerpo: es terrenal, y por
tanto generable y corruptible. Es un obstáculo para alcanzar el perfecto
conocimiento de las Ideas; por lo que, por sí mismo a lo más que puede aspirar
es a ese conocimiento de segundo orden, que Platón, siguiendo a Parménides,
llama doxa (parecer, opinión).
Alma: después de su primer viaje a la Magna Grecia Platón
comienza a introducir en sus Diálogos la concepción de un alma inmortal (idea procedente de los pitagóricos que la habían
tomado, a su vez, del orfismo). Según Platón el alma tiene su origen en el
mundo de las Ideas. Esta alma tiene tres partes con una facultad, o función,
cada una: la concupiscible o apetitiva,
que es la facultad por la cual deseamos los placeres; la irascible o volitiva, que es la facultad de la ira y de la
voluntad; sometidas ambas a la parte racional
o nous (a veces ésta aparece en los escritos platónicos como la única parte del
alma que es eterna), en la que reside la facultad del conocimiento. Cuando las
pasiones dominan y desobedecen al gobierno de la razón caen de ese mundo
inteligible y tienen que encarnarse en un cuerpo como castigo (Fedro). De este
modo, mítico otra vez, explica Platón cómo pasan las almas del mundo
inteligible, al que pertenecen, al mundo sensible. En el alma reside, pues, el
nous, la capacidad de conocimiento intelectual.
En el Fedro explica Platón la naturaleza del
alma a través de un mito, el del carro alado: el alma habita originalmente la
región supraceleste donde tiene la posibilidad de contemplar las Ideas. Ahora
bien, el alma es como un tronco de caballos y un auriga. Uno de los caballos es
dócil y sigue las instrucciones del auriga, pero el otro, arrastrado por los
deseos, se muestra díscolo y finalmente, hace caer al carro. (En este mito aparece
desarrollada en forma simbólica la concepción platónica de la naturaleza
tripartita del alma -que aparecerá expuesta de modo claro en Diálogos
posteriores- El caballo dócil simboliza la parte irascible o volitiva del alma donde radica el valor y la voluntad;
el caballo díscolo simboliza la parte concupiscible
o apetitiva del alma, donde radica el deseo de placeres, y el auriga simboliza
la parte racional del alma). Una vez
caída al mundo terrestre, sensible, el alma tendrá que encarnarse en un cuerpo.
En algunos de sus libros (Fedro, República)
Platón acepta la tesis pitagórica de la reencarnación, según la cual el alma se
reencarnaría, al morir el cuerpo, en uno u otro elemento según el tipo de vida
que hubiese llevado en la reencarnación anterior.
Ética platónica.
Como
consecuencia de su división del mundo en mundo sensible y mundo inteligible, el
conocimiento del bien, del buen gobierno, de la justicia, etc., ya no radica en
meras definiciones, sino que tales cosas tienen entidad por sí mismas: tienen
su propio mundo al que pertenece el alma inmortal humana. Como además el mundo
inteligible pasa a ser el auténticamente real, y el alma pertenece a ese mundo,
ahora lo que interesa sobre todo no será ningún tipo de éxito en nuestro mundo
físico, lo que interesa por encima de todas las cosas es, por decirlo así, el
éxito para el alma.
A partir de aquí el término virtud adquiere,
en Platón, tres sentidos, que no se dan por separado sino vinculados a su
teoría de las Ideas y a su concepción del alma:
1.
Virtud como sabiduría: por
influencia de Sócrates la virtud sigue siendo considerada como sabiduría (sabiduría que sólo se
alcanza en un “ver” que realiza el alma a través del nous). Platón defiende, al igual que su maestro Sócrates, un intelectualismo ético o moral: sólo
puede obrar bien quien conoce lo que es el bien. La diferencia es que ahora el
Bien, la Justicia , y
demás, son considerados entidades subsistentes por sí mismas.
2.
Virtud como purificación: por
influencia del orfismo y el pitagorismo la virtud es considerada como purificación (por la cual el alma se
libera del cuerpo); con el orfismo surge la concepción del alma como inmortal.
Esta concepción es asumida por los pitagóricos que consideran que el alma es
inmortal y se reencarna tras la muerte del cuerpo, que es concebido como una
cárcel para el alma. Por todo ello, tanto el orfismo como los pitagóricos
consideran necesaria la purificación, entendiendo por tal un proceso por el
cual el alma se va liberando paulatinamente del cuerpo. En el caso de Platón
esta liberación tendría por objeto último que el alma, ya enteramente libre, y
sin necesidad de reencarnarse en otro cuerpo, pudiera contemplar las Ideas.
3.
En virtud de su propia concepción tripartita del alma, la virtud es considerada
como justicia (entendiendo por tal
una armonía entre las facultades del alma). Platón sostiene que el alma tiene
tres funciones (a veces habla de tres almas distintas). Estas funciones son: la
concupiscible o apetitiva, la irascible o volitiva y la inteligible o racional.
Pues bien, a cada una de estas tres funciones le corresponde su virtud
particular. Tenemos así:
(1) La templanza (sophrosyne): es la virtud
propia del alma en su función concupiscible;
por ella el alma modera sus apetitos corporales.
(2) La fortaleza o valor (andreía): es la
virtud propia del alma en su función irascible.
Es la que mueve al alma a superar las dificultades en su ascensión hacia el
mundo de las Ideas.
(3) La sabiduría o prudencia (phrónesis,); es
la virtud propia del alma en su función racional. Es esta virtud la que acerca
al alma al mundo de las Ideas. (De nuevo aparece aquí la virtud como sabiduría,
pero ahora dentro de un esquema más general).
Cuando se dan estos tres tipos de virtudes
se da la justicia, que Platón,
siguiendo la concepción general que tiene el mundo griego de la justicia,
entiende como orden o armonía (en este caso entre las tres funciones del
alma). Pero la justicia no se da
siempre, y ello puede deberse fundamentalmente a dos motivos: 1) cuando el alma
en su función concupiscible no cumple con su virtud específica, esto sucede
siempre que el individuo confunde el placer con la felicidad; 2) cuando el alma
en su función irascible no cumple con su virtud específica, y esto sucede
siempre que los individuos confunden la ambición con la felicidad.
Política platónica.
En
los primeros tiempos de constitución de las polis la participación en los
asuntos públicos ocupaba una buena parte del tiempo de la aristocracia; más
tarde con el triunfo de los sistemas democráticos, la dedicación de una buena
parte de sus vidas a los asuntos públicos se extendió a todos los ciudadanos
(categoría en la que no entran, ni las mujeres ni los esclavos, ni los
extranjeros residentes en las polis). Para un griego de la época arcaica o
clásica es inconcebible una vida enteramente humana fuera de la polis. Y en esto Platón es un buen griego; desde muy
joven tuvo inquietudes políticas, y si renunció a una participación activa en
la vida política de Atenas se debió a su falta de fe en los sistemas imperantes
(después de comprobar cómo sucesivamente la oligarquía y la democracia tenían
comportamientos poco virtuosos). Es en la polis, donde el hombre se realiza
como tal, donde alcanza la virtud, la excelencia, donde el hombre da lo mejor
de sí. Sin embargo, Platón introduce en su reflexión filosófica elementos poco
griegos, fundamentalmente la idea de un alma inmortal que hay que cuidar (a
pesar de toda la tradición órfica y pitagórica, estas ideas seguían siendo un poco
extrañas a la mentalidad griega); y en dependencia de su concepción del alma
pondrá Platón a la política.
Platón no se limita a describir un Estado
justo, sino que además elabora una especie de filosofía de la historia que
pretende mostrar el proceso de corrupción a que se ve abocado todo gobierno.
Veamos este proceso:
Aristocracia: es la
mejor forma de gobierno, es el gobierno de los mejores, de los más justos y
sabios. Pero acabará degenerando tarde o
temprano; a causa, por ejemplo, de una mala elección de los que han de
gobernar. Los nuevos gobernantes, que ya no estarán correctamente formados, se
aliarán con los guerreros para someter al pueblo y desproveerlo de sus
propiedades, dando origen así a la timocracia.
Timocracia: es un
tipo de gobierno intermedio entre la aristocracia y la oligarquía. Como tal
conserva algo de las virtudes del sistema aristocrático, tales como el respeto
por las leyes y los magistrados, así como el valor propio de los guerreros.
Pero no es un gobierno regido por la sabiduría y la justicia sino por la
ambición y la cólera, propias del carácter de los guerreros. Esto les lleva a
un afán de riquezas y propiedades, lo que hará que finalmente sólo se les
preste atención a éstas, degenerando en una oligarquía, en un gobierno de los
ricos.
Oligarquía: es
aquel tipo de gobierno movido por la codicia y la avaricia. Arrastra consigo
múltiples vicios, tales como: (1) Se elige a los gobernantes en función de la
riqueza y no de la capacidad para dirigir el Estado. (2) Genera una división en
el seno del Estado entre dos clases enfrentadas: ricos y pobres. (3) Los ricos
tienden a acaparar cada vez más riqueza, con lo que habrá cada vez más pobres,
con sus secuelas de miseria e inseguridad. Finalmente, las revueltas del pueblo
acabarán instaurando la democracia.
Democracia: es el
gobierno del pueblo. Es el tipo de gobierno regido por la libertad. En
principio puede parecer el más dulce de los gobiernos, pero llevada a sus
extremos la defensa de la libertad hace que toda forma de poder sea vista como
insufrible, por lo que no se respeta la autoridad de los magistrados ni de las
leyes. Sucede, además, que los más ricos ven peligrar sus fortunas a manos de
los demagogos que incitan al reparto de bienes, por lo que conspiran continuamente
contra la democracia. Para acabar con esta situación de caos el pueblo encumbra
a alguien que se erige en su defensor dando origen así a la tiranía.
Tiranía: surge como
degeneración de la democracia. El pueblo pone el poder en manos de un individuo
para que imponga orden en el Estado y defienda sus intereses contra los
oligarcas. Pero una vez en el poder el protector del pueblo, en cuyas manos se
ha puesto una guardia, elimina a quienes pueden estorbarle, y busca la forma de
hacerse imprescindible para mantenerse en el poder (por ejemplo, provocando
guerras con otros Estados). Se instaura así la tiranía, que impone el poder
arbitrario en el Estado, y acaba sometiendo a los ciudadanos como si fuesen
esclavos.
En La
república, y más tarde en las Leyes,
describe lo que habría de ser un Estado ideal. El fundamento de ese Estado
ideal habría de descansar en la virtud, entendida ahora como justicia. Es
decir, sólo cuando se da la justicia puede funcionar bien la Ciudad. Pero ya
hemos dicho que los griegos, y Platón entre ellos, entienden la justicia como
orden, como estar cada cosa en su lugar. Así, un alma es justa cuando cada
parte cumple la función que le corresponde, se mantiene en su lugar. Pues bien,
siguiendo el mismo esquema que había aplicado a la descripción de las funciones
del alma, el Estado Justo debería estar compuesto por tres estamentos, cada uno
de los cuales cumpliendo con su misión específica:
1. El
de los agricultores, artesanos y
comerciantes: serán los encargados de producir los bienes necesarios para
la vida de toda la población. Serán los únicos que tengan derecho a tener
propiedad privada. Tendrán como virtud característica la templanza.
2. Los guerreros-guardianes: serán los
encargados de defender a los ciudadanos de sus enemigos. Serán elegidos de
entre los ciudadanos más fuertes y
valerosos; el valor (andreía) ha de ser la virtud que los caracterice.
3. El
de los gobernantes-filósofos: serán
los encargados de dirigir a los ciudadanos. Serán elegidos de entre los
guerreros más sabios y prudentes.
Tienen que tener un perfecto conocimiento del mundo de las Ideas, ya que sólo
quien conoce lo que es el Bien en sí, la Justicia en sí,
podrá ser realmente justo y bueno y dirigir a los demás por el camino de la
justicia. Ésta es la razón por la que los gobernantes han de ser filósofos.
Cuando cada uno de estos estamentos cumpla
con su virtud específica se dará la Justicia.
Aunque este Estado ideal se desarrolla
según una división en clases de la sociedad, Platón considera que estos
estamentos (al revés de como funcionaba el sistema aristocrático tradicional)
no deberían ser estancos. La pertenencia o no pertenencia a un estamento no
vendría dada por herencia o la riqueza sino que, según las capacidades demostradas desde niño. La educación de niños y niñas
se hará por parte de la polis (ciudad-estado), se educaría a los ciudadanos y
según sus méritos formarían parte de uno u otro estamento. Como novedad señalar
que Platón no excluye a las mujeres, como sí sucedía en la vida cotidiana de la
época, de su participación en la vida política o militar, por lo que también
éstas podrían formar parte de la casta gobernante o militar -en caso de reunir
las virtudes adecuadas-.
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