MARX
Karl Marx (1818-1883) constituye un caso peculiar en la Historia de la
Filosofía. En primer lugar porque
no se trata de un filósofo: como dijo Engels en su funeral, era ante todo un
revolucionario, cuya intención principal era la de preparar el camino para un
cambio de estructura social que juzgaba inevitable.
El siglo XIX de Europa es muy difícil de caracterizar: suceden muchas
cosas y se preparan muchas otras, entre ellas dos guerras mundiales en el siglo
siguiente. Pero una de las principales consiste en las consecuencias sociales
que trae consigo la revolución industrial. El siglo anterior había sido el
siglo de la ciencia moderna y de sus primeras consecuencias tecnológicas. En el
siglo XIX se desarrolla lo que se ha llamado la primera revolución industrial,
sobre todo en Inglaterra, y se extiende la tecnología hasta invadir la
vida cotidiana. Las protagonistas de la vida económica serán en adelante la
máquina y la fábrica: la máquina de vapor y la producción de electricidad van a
cambiar en poco tiempo no sólo las técnicas productivas sino el modo de vida de
la cultura occidental, incluyendo su forma de pensar. Una revolución similar a
la que sucederá en el siglo siguiente con la introducción de la informática.
Pero esta
revolución, como siempre, tiene su precio. Las máquinas son caras, y antes de
sacar beneficios de ellas hay que amortizar su coste, abriendo una etapa que se
ha llamado de acumulación de capital. Y ese coste lo va a pagar, también como
siempre, la parte más débil del sector productivo, es decir, el obrero. Las
máquinas no crean solamente bienes sino también una nueva clase social, que
Marx llamará el proletariado, es decir, aquellos que participan en la
producción aportando lo único que tienen: su trabajo. Las condiciones del proletariado
en este proceso eran terribles. Jornadas de doce y catorce horas sin días
festivos en ambientes insalubres, salarios de miseria, total ausencia de
seguridad social. La descripción que hace Engels del trabajo de niños en las
minas parece un relato de terror: niños de cuatro, cinco y siete años
encargados de abrir y cerrar puertas y empujar contenedores en galerías húmedas
y oscuras durante doce horas diarias, comiendo cuando pueden.
La obra de Marx
resulta inexplicable sin tener en cuenta esta situación de la sociedad de su
tiempo. Toda su obra teórica está orientada a desarrollar los fundamentos de
una transformación social que supere esta organización de la vida económica
basada en la explotación del trabajo. Y para ello va a integrar tres corrientes
de pensamiento de su época, sometiendo cada una de ellas a una profunda
crítica.
La primera de ellas
es la filosofía de Hegel, que estudió en su juventud. La segunda influencia
importante fueron los llamados “socialismos utópicos” que proliferaron desde fines
del siglo XVIII. Estos socialismos, como los de Fourier, Saint Simon y Owen,
así como el anarquismo de Bakunin y Kropotkin, trataban de dar una respuesta a
las injusticias de la sociedad, proponiendo modelos alternativos. Finalmente,
la tercera fuente en que se inspira su obra es la economía política
desarrollada sobre todo por autores ingleses como Adam Smith y Ricardo desde
fines del siglo XVIII. Por primera vez estos y otros autores intentan construir
una visión de conjunto de las leyes que rigen la economía, lo que hoy
llamaríamos una teoría macroeconómica, continuando la tarea que se había
iniciado ya en el siglo XVII con el mercantilismo.
Con estos y otros
elementos Marx elaborará uno de los sistemas más importantes para comprender la
historia de la sociedad en los últimos dos siglos, integrando disciplinas tan
diversas como la economía, la filosofía y la historia en una síntesis genial
Qué es el hombre.
Para Marx, el hombre
es un ser natural, es decir, un producto más de la evolución de la materia.
Pero un producto muy especial: un producto que se forma a sí mismo, que en la
relación que establece con la naturaleza que le rodea produce su propio ser.
Pongamos un ejemplo. Una abeja se relaciona con la naturaleza, por supuesto:
necesita libar el polen de las flores para elaborar la miel y cambia su entorno
construyendo un panal. Pero esa relación no cambia a la abeja, que la repetirá
una y otra vez y seguirá siendo la abeja que era. Al hombre no le sucede lo
mismo: al producir lo que necesita para vivir el hombre se produce a sí mismo
y, por lo tanto, no es el mismo antes que después de ese acto productivo. Al
descubrir el fuego el hombre primitivo cambió su entorno natural: ahora era
capaz de trabajar metales, de cocinar sus alimentos, de regular la temperatura
de su cueva. Pero al producir todo esto también ha cambiado él, que en adelante
podrá realizar transformaciones que eran imposibles antes de la domesticación
del fuego. Es lo que Marx llama “la conversión de la naturaleza en hombre”. Y
esta es la raíz de lo que se entiende por materialismo: son los procesos
materiales de producción los que definen la realidad humana, y como vamos a ver
después, también su modo de pensar.
Por lo tanto, la
pregunta ¿qué es el hombre? No tiene sentido en general: habría que preguntarse
de qué hombre se trata, de qué proceso productivo estamos hablando. No es lo
mismo el cazador prehistórico que el agricultor medieval que el obrero
industrial: cada uno de ellos produce su propia vida de modo distinto y no
tienen una esencia común de la que todos ellos participen.
Démosle nombre a
esta actividad humana que transforma la naturaleza transformando a la vez al
hombre que realiza: esa transformación: es el trabajo.
Este trabajo, por
supuesto, es siempre trabajo social. No es el individuo el que trabaja para
satisfacer sus propias necesidades sino una sociedad más o menos amplia la que
distribuye las tareas. Desde las sociedades más primitivas la producción ha
sido siempre una actividad social en la que el trabajo se ha diversificado. Y
hay que notar que el tipo de sociedad va a depender de esa distribución del
trabajo; no es lo mismo, por ejemplo, la sociedad esclavista que la sociedad
industrial y sus diferencias dependen ante todo del diverso papel que cumplen
sus integrantes en el proceso productivo.
La alienación.
Si todo terminara
aquí no habría problema. Pero la realidad es que las cosas no funcionan en la
historia conforme a esa dialéctica según la cual el hombre transforma la
naturaleza y recibe el fruto de esa transformación, que lo lleva a realizarse
como hombre. Y no sucede así porque el trabajo está alienado, es decir, el
resultado del trabajo no se lo apropia el trabajador sino una clase dominante
que aprovecha el trabajo ajeno. Se divide así la sociedad en clases sociales:
los que aportan su fuerza de trabajo y los que explotan el trabajo de los
demás. Como decíamos antes, estas clases sociales han ido variando a lo largo
de la historia: al comienzo existió un comunismo primitivo pero que pronto fue
reemplazado por la división entre los amos y los esclavos, luego los señores y
los siervos; más tarde los capitalistas y los proletarios. Pero estas distintas
clases tienen en común que rompen el proceso de humanización según el cual el
hombre produce su propia vida: para el trabajador el trabajo ya no es la
actividad por la cual el hombre se hace hombre sino una pesada carga que sólo
le sirve para mantenerse con vida. El trabajo se convierte en ajeno, que es lo
que significa el concepto de alienación. Pensemos, por ejemplo, en los esclavos
que construyeron el Coliseo Romano. Sin duda, su trabajo logró un maravilloso
resultado, “convirtiendo la naturaleza en hombre”, como hubiera dicho Marx.
Pero al realizarlo los esclavos se deshumanizaron, se convirtieron casi en bestias
de carga, porque el producto de su trabajo se les escapaba de las manos: su
trabajo era trabajo forzado. Sin llegar a tanto, el trabajo de un obrero
industrial o de un niño en una mina que hemos descrito antes, produce los
mismos resultados. Marx describe la paradójica situación de los obreros de su
tiempo, que se sentían hombres cuando realizaban actividades que tienen en
común con los animales (comer, beber, engendrar) pero se sentían animales
cuando realizaban la actividad específicamente humana (trabajar).
Recordemos que Marx
no está hablando de individuos aislados sino de clases sociales. No se trata,
por lo tanto, de que para evitar la alienación el zapatero se quede con todos
los zapatos que fabrica o el agricultor con todas las patatas que cultiva. La
alienación proviene de la contradicción que existe entre el hecho de que la
producción es siempre una actividad social, mientras que la apropiación de sus
frutos es privada, ya que la gestiona una clase que además es
minoritaria. Marx explica la alienación del trabajo por la propiedad
privada de los medios de producción, es decir, por el hecho de que los
instrumentos necesarios para producir los bienes que el hombre necesita para su
vida estén en manos privadas y no sociales, ya se trate de la tierra, del
ganado o de las fábricas. De tal modo que esa “transformación de la naturaleza
en hombre” no se cumple ni para el trabajador ni para el explotador: para el
primero porque el trabajo y sus frutos le resultan ajenos; para el segundo
porque no realiza la actividad humana por excelencia, que es el trabajo.
Dicho en términos
más técnicos. El trabajo añade un valor a la materia que transforma: el zapato
vale más que el cuero de la vaca. Este valor que el trabajo añade se llama
plusvalía. Pero la plusvalía que el obrero produce no vuelve a la sociedad de
la que el obrero forma parte, sino que se la apropia el propietario de los
medios de producción. Pagando, por supuesto, un salario al obrero para que siga
trabajando. Pero ese salario, aun en el supuesto de que fuera elevado,
nunca puede ser igual a la plusvalía, pues en ese caso el propietario no
obtendría ganancias. O sea que el que produce la plusvalía la pierde y quien la
goza no la produce.
Política
La
propia lógica del desarrollo del capitalismo será la que produzca las
condiciones para su superación. En efecto, el capitalista necesita competir con
sus mercancías en el mercado. Para hacerlo en condiciones ventajosas necesita
acelerar la producción (con una producción cada vez a mayor escala, con mayor
inversión en tecnología, etc.). Este desarrollo de la producción produce los
siguientes efectos: (1) por un lado una concentración de capital en cada vez
menos manos (la pequeña burguesía y los pequeños empresarios incapaces de
competir acabarán arruinados y pasarán a engrosar las filas del proletariado).
(2) Por otro, una sociedad cada vez más organizada y centralizada. Pues bien,
llegará un momento en que esa sociedad ya perfectamente organizada podrá prescindir
de la minoría dueña del capital, con una simple revolución (esa organización
impuesta por las necesidades del sistema capitalista pasará a ser
autoorganización). Ésta será la batalla definitiva en la lucha de clases, ya
que, al ser ahora la inmensa mayoría de la población la que toma el poder en
sus manos, no hay lugar para otra división en poseedores y desposeídos.
Los seguidores de Marx sostenían que
todo poder político está siempre al servicio de una clase dominante, incluso el
de las sociedades liberales y democráticas. Por ello, propugnaban:
1. La toma de poder del Estado por una
vanguardia obrera que instaurase una dictadura del proletariado.
2. Socializar los medios de producción
(que pasarían a ser gestionados por el Estado).
3. Eliminar la propiedad privada,
causa de las desigualdades sociales y de la explotación.
4. Finalmente, la destrucción del
propio Estado (la sociedad, en la que ya no existiría la propiedad privada y,
por lo tanto, la desigualdad entre clases, se organizaría ella sola).
La revolución de 1917, que
convirtió a Rusia en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(y la oleada de revoluciones que le siguieron en el Este de Europa, China,
Cuba, etc.) se hizo siguiendo los planteamientos de Marx y Engels.