martes, 21 de enero de 2014

LA SOFÍSTICA.

   La sofística es un amplio movimiento que surge como respuesta a la necesidad de educar dirigentes políticos fundamentalmente entre la clase incipiente de nuevos ricos que carecían de la educación aristocrática. Se denomina "sofistas" a un conjunto de pensadores bien diferentes entre sí pero que comparten algunos rasgos sobresalientes: entre sus enseñanzas incluyen un conjunto de disciplinas humanitarias (retórica, política, derecho, moral, etc.) y son los primeros profesionales de la enseñanza (organizan cursos completos y cobran sumas considerables por enseñar). Ambos rasgos -carácter humanístico de sus enseñanzas e institucionalización de la enseñanza misma- muestran claramente que los sofistas tenían un proyecto bien definido de educación, que venía a romper en muchos sentidos con la enseñanza tradicional, inadecuada para las exigencias de la época.
   Coinciden además los sofistas tanto en sus métodos (sus métodos consistían en pronunciar largos discursos y comentar textos de autores antiguos) como en el reconocimiento de su deuda con respecto a los poetas tradicionales. Guthrie afirma: "Reconocían su descendencia de los poetas educadores".
   Se puede distinguir entre una Primera Sofística, contemporánea de Pericles y anterior a la guerra del Peloponeso, y una Segunda Sofística, que se desarrolla durante la guerra del Peloponeso y que reflexiona sobre algunas ideas tan sólo pergeñadas por los sofistas más antiguos. Los sofistas  más importantes de la primera época son Protágoras, Pródico y Gorgias. Los más relevantes de entre los segundos son: Hipias Antifonte, Licofrón, Alcidamante y Calicles.

   Primera Sofística: aunque los sofistas acostumbraban a practicar el compromiso con las religiones existentes, no podían basar su teoría del Estado y la sociedad sobre el fundamento religioso. El nuevo fundamento es la naturaleza humana. La naturaleza humana consiste, según estos, en aspectos cooperativos que conducen a la formación de una comunidad basada en la amistad y el respeto mutuo. La ley (nomos) no está en contradicción con la physis del hombre: si la naturaleza humana tiende al respeto (aidós) y a la cooperación y éstos son potenciados por las leyes justas, bien se ve que no hay oposición entre naturaleza y ley.  Los sofistas entendían por "estado natural" todo lo que favorece la vida en comunidad y por ello es conveniente, agradable, justo, verdadero y correcto. Vemos, por tanto, cómo se refleja en este punto el valor que daba la poesía heroica a la comunidad y la amistad, y la idea de un orden cósmico que dicta lo que debe ser, en este caso la naturaleza humana. La definición que los sofistas dan de la physis del hombre es esencialmente pragmática y está muy influida por la doctrina de los escritos hipocráticos sobre la naturaleza humana. El sabio es el encargado de hacer que una cosa parezca y sea conveniente para la comunidad. En este contexto "convertir en fuerte el argumento débil" (Protágoras) significa convencer, y por la importancia que tiene la persuasión se entiende que la retórica sea para ellos esencial.
   La virtud política (areté) se caracteriza por la posesión del respeto mutuo (aidós) y la justicia (dike) y está asociada al éxito. Para alcanzar éste, el hombre tiene que actuar con inteligencia, de la que depende el éxito, el triunfo dependerá de que se sea más o menos verosímil (eikós). El hombre virtuoso consigue ventajas personales de la práctica de la virtud para el bien de la comunidad: recibe honor y obtiene placer. Vemos en este movimiento entrelazándose los valores cooperativos de Hesíodo con los competitivos de Homero, y sus morales campesina y aristocrática mezclándose. En este sentido hemos de subrayar que los sofistas niegan la tesis aristocrática según la cual hay dos naturalezas humanas radicalmente diferentes, lo cual se hace patente en cuanto que afirman que la naturaleza humana puede se perfeccionada por la enseñanza que dan los sofistas. Quien, gracias a ella, alcanza los grados más elevados, está llamado a desempeñar la magistratura del Estado.

 

Protágoras de Abdera

Según la mayoría de los autores Protágoras nació en Abdera el año 481, aunque Burnet y Taylor retrasan su nacimiento hasta el año 500 a. c.; hacia mediados de siglo se instaló en Atenas, entablando amistad con Pericles, ciudad en la que alcanzó un elevado protagonismo. Acusado de impiedad, probablemente de ateísmo y/o blasfemia, por haber afirmado en su libro "Sobre los dioses" que no es posible saber si los dioses existen ni cuál es su forma o naturaleza, se vio obligado a abandonar Atenas refugiándose al parecer en Sicilia. "De los dioses no sabré decir si los hay o no los hay, pues son muchas las cosas que prohíben el saberlo, ya la oscuridad del asunto, ya la brevedad de la vida del hombre"
Protágoras defendía el relativismo y el convencionalismo de las normas, costumbres y creencias del hombre. Es su tesis más conocida y que queda reflejada en la frase "El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son", uno de los fragmentos que conservamos de su obra. Respecto al relativismo de Protágoras cabe interpretarlo de dos modos:
Si concebimos que el hombre al que se refiere Protágoras es el hombre particular y concreto, el individuo, Protágoras estaría afirmando un relativismo radical, de modo que cada hombre tendría "su verdad". Platón en el Teeteto así lo interpreta: lo que a mí me parece frío es frío, aunque no le parezca así a otro.
Pero podemos interpretar que Protágoras entiende "hombre" como "ser humano", y tendríamos que hablar entonces de un relativismo social, en el sentido de que aceptamos como verdadero lo que en nuestra sociedad es aceptado como verdadero.
También se ha discutido si Protágoras aceptaba el relativismo ético o moral. Si Protágoras afirma que el hombre es la medida de todas las cosas parece que el relativismo se hacía extensivo a los valores éticos, (aunque Platón en su diálogo "Protágoras" mantenga que el relativismo no se extendía a los valores éticos). De tal modo, lo bueno será lo bueno "para mí", si adoptamos la perspectiva del relativismo individual, o lo bueno "para la sociedad", si adoptamos la perspectiva del relativismo social o cultural.
En relación con la tesis del relativismo se desarrollará la contraposición "nómos / physis", entre las leyes sociales y la naturaleza. Las leyes sociales son el resultado del pacto o de la convención entre los individuos, es decir no tienen carácter natural; el determinante de la ley social no es ni el individuo, ni la naturaleza, sino el conjunto de los hombres que viven en esa sociedad. De ese modo se explica el carácter modificable de la ley, y las diferencias entre las leyes imperantes en distintos pueblos y culturas, o dentro de la misma cultura entre distintas ciudades. Dado que no existe una ley que por naturaleza obligue a los hombres a organizarse de esta u otra manera, las leyes de la sociedad quedan sometidas al acuerdo o a la convención de todos los hombres; en este sentido será el criterio de la utilidad el que determine qué leyes se adoptarán y, una vez adoptadas, serán de obligado cumplimiento.

Pródico de Ceos.
Se hizo famoso por su actitud pesimista ante la vida, decía que una muerte temprana era un regalo de los dioses. Como otros sofistas, defendió el relativismo ético y desarrollo una teoría psicológica acerca del origen de la religión: los hombres primitivos veneraron aquello de lo que dependían sus vidas: el sol, el agua, el fuego; pero cuando comenzaron a desarrollar las técnicas, pasaron a adorar a los inventores de las mismas, por ejemplo, adorar a Dioniso como el inventor del vino.

Gorgias (483-375 aprox.)
Aparentemente, Gorgias había sido discípulo de Empédocles y quizá para defender a su maestro de los ataques de Zenón escribió un tratado Acerca de la naturaleza o del no-ente, en que se afirma que:
1. Nada existe
2. Si existiera algo, no podría ser conocido.
3. Si pudiera ser conocido, no podría ser explicado ni comunicado a los demás.
Esto bien podría ser tenido por Nihilismo absoluto pero más presumiblemente por la intención de llevar al absurdo la filosofía de Zenón.

 

La Segunda Sofística se caracterizará por un mayor individualismo y relativismo. Veamos algunos rasgos
comunes en ellos:
   1) Hay una oposición entre el nomos real y el nomos ideal, basado en la naturaleza, bien sea porque el nomos ideal o la naturaleza significa igualdad esencial entre los hombres, frente a las desigualdades sociales dentro de la ciudad y entre ciudades (Hipias), bien porque lo natural sea el derecho del más fuerte, considerando la injusticia de la ley en igualar lo desigual para la satisfacción de los mas débiles (Calicles).
   2) Se produce una escisión absoluta entre el éxito y el provecho propio y la justicia y respeto a la comunidad. Lo que buscan es la satisfacción individual. Se persigue acertar con la ocasión oportuna y complacer al público, independientemente de la justicia y conveniencia de lo que se afirma y en la medida que el discurso resulta más elegante y produce mayor placer, el engaño está justificado.
   Como vemos en este segundo movimiento de la sofística se desvirtúan las características propias de la tradición griega que si vemos reflejadas en la Primera Sofística.

 

Hipias de Elis.

Este sofista se destacó por lo enciclopédico de sus conocimientos. Consideró la ley no sólo como convencional sino que incluso llegó más lejos: afirmó que era contraria a la naturaleza, por lo que reclamaba la autarquía del individuo y la rebelión contra las leyes que siempre oprimen a los más débiles. Así, Hipias se opone a Protágoras en el sentido en que para éste la ley es una consecuencia de la naturaleza, mientras que para Hipias, la ley va en contra de ella, porque se hace necesario volver a la naturaleza.

Antifonte

Antifonte fue un defensor de la physis frente al nómos. La ley es un acuerdo antinatural, artificial, que es respetado únicamente cuando tenemos miedo a las consecuencias de su violación.

Las leyes no se fundan en la naturaleza, son convenciones sujetas al cambio continuo. Hay cosas buenas por naturaleza y cosas buenas por nómos. Los hombres debemos seguir los preceptos de la naturaleza antes que los de las leyes.

La naturaleza nos empuja a evitar el dolor y buscar el placer. Cuando la búsqueda de placer choca contra las leyes, sólo se seguiran éstas si el no hacerlo nos acarrearía un dolor mayor, como castigo.

La ética de Antifonte, por lo tanto, es un hedonismo moderado.



Alcidamante (principios del siglo IV a. C.)

Sofista y retórico griego de Elea, en Eolia, alumno y seguidor de Gorgias. Se conserva una obra genuina suya, Acerca de los sofistas, en la que el autor presenta argumentos en favor de los discursos improvisados frente a los preparados. Está considerado el primer gran orador de la Antigüedad.

 

Calicles

A la muerte de Pericles las discusiones acerca de la ley y el derecho se intensificaron notablemente. Algunos defendieron la doctrina del derecho natural del más fuerte.
Calicles afirmaba que la ley había sido dada para proteger a los débiles; pero la naturaleza (tanto en los animales como en los humanos) hace que los fuertes dominen a los débiles, lo cual es lo justo.


Sócrates: presentación (470-399 a. C.).
Sócrates, que se sepa, no escribió una sola línea y sin embargo es uno de los filósofos que dividen en dos la historia del pensamiento: antes de Sócrates y después de Sócrates, como sucederá mucho más adelante con Kant. Según su propia expresión, su misión era comparable a la de un tábano que pica al caballo para mantenerlo despierto: aguijoneando a los ciudadanos de Atenas para impedirles dormir satisfechos de su ignorancia.
Se podría calificar a Sócrates como un sofista disidente, ya que comparte con los sofistas muchos rasgos de su pensamiento: su interés por los temas antropológicos, éticos y políticos, su dedicación a enseñar a los jóvenes -si bien se enorgullecía de no cobrar por sus enseñanzas-. Pero se separa de ellos en lo que se refiere al relativismo y escepticismo de los sofistas: Sócrates busca incansablemente verdades absolutas que fundamenten las decisiones morales y políticas, no acepta que la filosofía se reduzca al “arte de persuadir” y por lo tanto renuncia al arte de elaborar bellos discursos que convenzan a los ciudadanos.
Detrás de todo ello existen, sin duda, razones políticas. Hemos dicho antes que los sofistas eran los filósofos que demandaba la nueva sociedad democrática. Pero Sócrates ha tenido tiempo de desilusionarse de la democracia ateniense: después de las guerras del Peloponeso y la dictadura de los llamados Treinta Tiranos, proliferan las conspiraciones y la lucha de intereses personales, corrompiendo el régimen democrático de los primeros tiempos del siglo de oro (el siglo V a.C.). Probablemente Sócrates añora el antiguo esplendor de la polis y trata de restaurarla buscando un fundamento filosófico sólido que la decadencia y el oportunismo de los tiempos no le ofrecía. Y la consecuencia política de ese intento es su defensa de un régimen aristocrático, que no se refiere a la aristocracia que proporciona el dinero ni la nobleza del nacimiento sino a lo que indica la etimología de la palabra: gobierno de los mejores.
Sea como fuere, sus enseñanzas y su constante cuestionamiento a los poderosos de su tiempo irritaron a las clases dominantes hasta el punto de acusarle de impiedad y corrupción de la juventud. Sócrates es sometido a juicio. Asume su propia defensa y la ejerce de un modo tan brillante que fuerza al jurado a condenarlo a muerte; quizás si hubiera admitido su culpa y solicitado clemencia la pena hubiera sido menor.
Por respeto a las leyes de la polis se niega a aceptar un plan de fuga y espera el momento de la ejecución rodeado de sus discípulos y filosofando sobre la virtud y la inmortalidad del alma. Cuando llega el momento de beber el veneno lo hace con absoluta tranquilidad, convencido de que la muerte no es un mal sino un tránsito a una vida mejor, liberada de la servidumbre del cuerpo. Se ha comparado muchas veces este final de Sócrates con la muerte de Cristo, que, como él, divide en dos la historia.
Lo que hemos dicho sobre Sócrates, y lo que diremos en adelante, está basado casi totalmente en lo que cuenta su discípulo Platón, que dedica varios libros -llamados Diálogos- a su maestro. En  la Apología de Sócrates narra el desarrollo del juicio y su condena, en el Critón su cautiverio y en el Fedón sus últimos momentos y su muerte. Y en muchos otros Diálogos desarrolla su doctrina, poniendo su propia filosofía en boca de su maestro. ¿Hasta qué punto el retrato de Platón es fiel al Sócrates real? Nunca lo sabremos. Aristófanes -un autor teatral bastante irreverente- lo presenta como un viejo pedante y engreído. Jenofonte -un historiador de la época- coincide bastante con Platón. En cualquier caso, el Sócrates que ha pasado a la historia es el que nos legó Platón, y a él vamos a atenernos.

Sócrates: su filosofía.
La madre de Sócrates era comadrona. Y Sócrates solía bromear diciendo que su oficio era el mismo que el de su madre: sólo que en lugar de ayudar a parir niños, él ayudaba a dar a luz la verdad. Porque una de las ideas centrales del pensamiento socrático consiste en su afirmación de que la verdad habita en el interior de cada uno y sólo es necesario conocerse a sí mismo para encontrarla. Rechaza por lo tanto el estilo sofista de enseñar, basado en la aceptación de la doctrina de un maestro. El verdadero maestro no inculca sus verdades al discípulo, sino que busca con él la verdad que habita en el alma de ambos. Desde este punto de vista podemos decir que conocer es recordar lo que el alma ya sabe desde siempre pero que permanece oculto por las necesidades y preocupaciones materiales de la vida Y esta verdad es la misma para los dos, porque la verdad -a diferencia de lo que pensaban los sofistas- es una sola. De ahí su método, llamado mayéutica, que significa precisamente “el arte de dar a luz”. La mayéutica, por lo tanto es el arte del diálogo, de una conversación en la cual maestro y discípulo comparten su ignorancia y buscan juntos el recuerdo de una verdad cuyo germen está en el alma de los dos. Pero para encontrar la verdad, el primer paso es convencerse de que no la conocemos, es decir, abandonar las falsas verdades que son fruto de la costumbre y la ignorancia. De ahí que el primer paso del método socrático consista en la ironía: cuestionar mediante hábiles preguntas al interlocutor para hacerle caer en la cuenta de su ignorancia y sus contradicciones, hasta que se convenza de lo primero que se necesita para aprender: reconocer que no se sabe. Al “saber que no sabe” su situación ha mejorado, ya que antes era ignorante sin saberlo. Pero no todos saben aprovechar este paso, y muchos de los interlocutores de Sócrates se sienten humillados y furiosos al ser víctimas de esta ironía del maestro.
Una vez que se ha reconocido la ignorancia se puede pasar a la dialéctica, es decir, a un diálogo en el cual maestro y discípulo, a partir de sus ideas personales, buscan una verdad universal de la que ambos participan. Búsqueda que en los diálogos socráticos nunca termina, ya que lo que le interesa al maestro no consiste en encontrar verdades completas y definitivas sino indicar el camino para que cada uno sea capaz de buscarlas en su propio interior. Uno de los diálogos de Platón en que se muestra claramente este método de su maestro es el Menón. En él, Sócrates logra que un esclavo analfabeto resuelva un problema de geometría sin indicarle la solución, sólo orientándole con hábiles preguntas a buscar la solución por sí mismo, solución que se supone debía existir ya, aunque olvidada, en el alma del esclavo. (Aunque, todo hay que decirlo, las preguntas de Sócrates orientan bastante las respuestas de su interlocutor...).
Y esta sabiduría que el alma posee desde que nace es también la fuente de la bondad, de la vida moral. Porque el alma que conoce el bien necesariamente va a tratar de hacerlo realidad en su vida. La maldad, por lo tanto, no es más que ignorancia: todos buscamos el bien, pero el ignorante, el que ha olvidado en qué consiste, se equivoca y confunde el bien con el mal. Por lo tanto, lo que hay que hacer con el hombre malo es educarlo. Una vez que conozca el bien se sentirá inclinado a buscarlo en sus acciones, tal es la fuerza de esa idea suprema. Esta doctrina, conocida como el intelectualismo moral va a tener una enorme influencia en la historia, en particular en la historia de la educación.
Platón pone en boca de Sócrates los fundamentos filosóficos de este método, que abarcan una importante teoría del conocimiento, así como muchas otras afirmaciones de su filosofía sobre política, moral, estética y metafísica. Veremos algunas de ellas en el capítulo dedicado a Platón, recordando que hoy resulta imposible separar claramente la doctrina del maestro y la del discípulo.

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